sábado, 23 de enero de 2010

Corazón

Su rostro está cansado. Ves sus manos fatigadas afferrándose con desesperación al últmo aliento de su cuerpo. Está en la cama de un hospital que no cuenta con los medios necesarios para traerle de vuelta.

Su mirada gris, pero llena de sabiduría, de conocimientos que harían temblar hasta el último Rey del mundo, te mira con tristeza.

Ambos sabéis que no seguirá así por mucho tiempo.
Te acuestas a su lado, abrazándole. Él te da la mano, y cierra los ojos para sentir tu presencia.
Notas la vida corriendo de un lado a otro en sus venas, mientras su corazón da las instrucciones de última hora para evitar lo inevitable.

Tus lágrimas mojan su pijama. Lloras por impotencia. Por inseguridad.

Por injusticia.

Él te acaricia la mejilla y te seca las lágrimas en un sobreexceso de fuerzas.
Gira la cabeza y sin mirarte te susurra algo, que apenas alcanzas a oír.

"Hija mía. Cada vez que te veía sonreír, sentía que mi vida cobraba un nuevo sentido. Cada vez que llegaba de trabajar, y te encontraba feliz en casa, mi corazón se agitaba para recordarme que eres el motivo por el que día a día lucho. No quiero verte llorar, mi amor. No quiero verte triste. Quiero que seas feliz, que luches con tu alma y nunca te rindas. Que la vida es muy puta, y tienes que ser fuerte. Te quiero, te quise y te querré siempre. Nunca me olvides, porque aún muerto seguiré siempre contigo. Te quiero. Te quiero."

Su voz sonaba firme. Pero su edad le restaba seguridad. Su corazón, maltrecho, le susurraba las palabras que ahora recorrían tu mente despacio, asimilando la despedida.

Es doloroso. Te aferras a su mano y le besas la cara. Lloras fuerte, pidiéndole a Él que te devuelva a tu padre, a tu magnífico mentor. Que tanto te quiso y educó. Siempre, siempre.

Ahora, sin embargo, su corazón empieza a dar un grito agónico, y tu alma con él.


Sus ojos grises se cierran, y en su boca se dibuja una sonrisa.

Notas punzadas en la cabeza, y sientes como tu corazón se vacía. Se vacía de sentimientos, porque él no está. Se vacía de emociones, porque él no está. Se vacía de vida, porque él no está.

Y decides seguir con él eternamente. Tu mirada se cruza en todas direcciones con el susurro de la muerte aún acechando en la cama.

Te secas las lágrimas y empiezas a dormirte, a su lado. Todavía está cálido.




Él no sólo fue tu padre.
Ni tampoco ésto es una historia dramática.

Es el hecho de como nuestro corazón se muere, mientras lloramos su pérdida.





A veces, nuestro mayor dolor es nuestro verdadero corazón.



I.D.

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