No dejan de ser nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. Nosotros somos los únicos guías en el sendero, la única esperanza que albergar cuando nada nos quede.
Nosotros y sólo nosotros. Nuestra soledad, nuestra fortaleza interna. Nuestros muros de hielo y nuestras paredes de papel. Todo eso, somos nosotros.
Al menos eso crees. Eso creemos hasta que de repente, una luz tan fuerte que te impide ver ilumina tu interior, y te nubla los sentidos. Unos carnosos labios te susurran palabras que desconocías, y unas manos acarician tu piel haciéndote sentir mucho más de lo que eres.
Te abandonas a ese sentimiento, creyendo que sólo tú podrás controlarlo. Pero no es así. Ya no.
Ya no te dominas, ya no eliges tu camino. Te has vuelto presa del miedo a perder, del pánico a estar solo. Ahora, ya no eres quién creíste ser.
Es tan sencillo jugar con las palabras y los gestos, que te duele que sea tan real. Es algo hermoso, cierto, pero también muy doloroso.
Ahora tus ojos anhelan su mirada, y tus labios encarecen el precio de la victoria hasta desear únicamente los suyos.
Pero llegarán los tiempos en los que sólo una persona era importante para ti. En los que vuestro camino era de uno, con las mismas metas y objetivos. Dejarás de desear su mirada, y empezarás a anhelar esa compañía que creíste abandonada, y que siempre estuvo ahí. Y esa compañía eres tú. El mismo guardián de siempre. La misma espada que se interpone entre la realidad y tu corazón. Siempre alerta, siempre presente.
A veces desearía dejar de complicar tanto las cosas. Pero me es imposible. Soy como soy.
Y soy quién soy.
Recuerda quién te enseñó todo.
Nunca olvides quién es tu guardián.
I.D.
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