A veces, cuando estamos en esa línea delgada que no nos permite diferenciar entre realidad y paranoia, es cuando recurrimos a nuestro más preciado fusil: la meta a alcanzar.
Nosotros, civiles de una guerra sin cuartel entre los miembros de la sociedad, somos lo que tenemos pendiente por hacer, lo que deseamos y lo que imaginamos.
Pero tú eres más que eso. Tú no eres un civil que quite los escombros de la calle: eres el combatiente de los dos bandos, una pieza elemental en una guerra necesaria.
Tú, Camarada, eres exactamente lo que eres. Un Camarada de la sociedad, un elemento indispensable de la misma. Eres un elemento indiscutible que se insertó en nuestro grupo tiempo ha, cambiando nuestra forma de pensar, vivir y de ver las cosas. Quizás, sin ti, no estaría aquí, ni así.
¿Quién sabe? Yo no me atrevería a desmentirlo.
Bien sabes, Camarada, que tengo lo que tengo por mucho más de lo que soy: tengo lo que tengo por vosotros.
Y en última instancia, Camarada, tengo lo que tengo por dos personas, de las cuales tú eres una de ellas.
Camarada, pocos pueden presumir de tener mi sincera gratitud. La amistad no es algo que se forje con palabras, si no con tiempo y actos.
Esto es un blog vacío, palabras acumuladas que entraran por tus ojos e irán formando imágenes mentales o quizás pensamientos que te traigan recuerdo de ciertos momentos de nuestra vida.
O quizás sean más que palabras, y lo que te esté diciendo es que si mañana muriese y me preguntasen si me arrepiento de conocerte, con voz firme, segura y clara diría: No. Nunca me arrepentiría de conocer a una persona excepcional.
A un maestro que me ha enseñado tantas veces por dónde caminar. A un General que ha comandado sus consejos por las líneas de fuego enemigas, y ha adquirido experiencia por la súbita derrota, y las esperadas victorias.
Así eres. Un soldado de la sociedad, un general en el pensamiento.
Pero ante todo, eres un hermano para nosotros. Y para mi, un maestro.
Da Svidanyia, Camarada.
Felicidades.
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