sábado, 6 de febrero de 2010

Luna



... hablo de esas noches, sentados en el suelo de tu terraza contemplando como la luna poco a poco aparece, como si escalase entre las altas torres de viviendas de la ciudad, y se muestra espléndida ante ti, en esa noche oscura que el sol ha traído en su espalda.

Esa luna es blanca, pura. Es una luz de plata que baña todas las caras de la tierra sin distinción. Baña las caras de policías, terroristas, ladrones y banqueros, jugadores de fútbol y niños que juegan al escondite en el manto de estrellas que les viene encima. Esas personas, aparentemente tan distintas están siendo bañadas por la misma luna que tú ahora estás observando con detenimiento. Y eso te resulta hermoso porque es ahí donde te das cuenta de que sois humanos. Humanos bañados por la misma luz de plata, por la misma intensidad.

Y tú te sientes bien ahora, sabiendo que todos sois iguales, que la luna es la única que no hace distinción de razas, culturas, ni color de pieles. Sencillamente se limita a mirarnos, enaltecida por nuestras plegarias de sueños y esperanzas, desde esa eterna noche que aún admiramos, sin conocer todos sus secretos.

Al fin y al cabo somos eso. Frutos de nuestros deseos, de nuestras pequeñas lunas en el interior.


Ya es tarde. La luna se va, y el sol vuelve a nacer, clavando agujas anaranjadas en el horizonte. Me voy ya, que ahora necesito descansar.

Quiero volver a verte, Luna.

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