martes, 16 de febrero de 2010

Lugar...

Si abres los ojos, la luz del amanecer te ciega. Giras la cabeza y te tapas con los brazos la cara, parpadeando y mirando alrededor despacio, acostumbrando tu vista al paisaje.

Todo está lleno de vasos, botellas, trozos de disfraces, móviles rotos, alguna que otra chaqueta perdida... Y el dulce aroma del desenfreno y la fiesta.

Tu cabeza te da vueltas, y te ves semidesnudo en la calle, con un vaso vertido a escasos centímetros tuyas, aún en tu mano.

Te levantas como puedes y te arrastras, débilmente, rozando con tu mano las paredes que tu mente crea para apoyarte y caes al suelo una, y otra, y otra vez.

Aún ves a algún rezagado, alguna sombra que se retira a su casa, a dormir. Donde deberías estar tú.

En casa.

¿De dónde eres? O mejor... ¿A dónde vas?

Te sientes extraño en este mundo, sientes que tu lugar está lejos de aquí. Tu sonrisa se pierde entre tus recuerdos, y ahora el mareo se hace más fuerte e intenso. Tu casa. Tu lugar.

No es que no lo recuerdes: es que no eres de aquí. Este lugar es demasiado complicado para ti, demasiadas aventuras y peligros para una mente como la tuya, para un cuerpo como el tuyo. Te ves reflejado en un cristal, y tu imagen distorsionada te permite observar un resquicio de locura en tus gestos.

Necesitas irte.
Lo necesitas.

Te mueves desesperadamente, te giras, corres, gritas, lloras, suplicas... De repente, un sonido atronador se acerca y alcanzas a ver el frontal del camión antes de caer al suelo. Abres lentamente los ojos y crees ver tu alma partir. El camionero se baja, y te mira. Con una sonrisa irónica, se monta y se marcha de nuevo. Nadie te socorre, porque nadie te ve.

Tú ya no estás ahí.
Ahora estás en casa.






I.D.

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